viernes, 8 de mayo de 2015

Del Diario de Santa Faustina Kowalska, 270 a 272



270 (121) Un consejo del Rev. Sopocko.

Sin humildad no podemos agradar a Dios. Ejercítate en el tercer grado de la humildad, es decir no solamente no recurras a explicaciones y justificaciones cuando te reprochen algo, sino que alégrate de la humillación.

Si las cosas de las que me hablas, proceden verdaderamente de Dios, entonces prepara tu alma a grandes sufrimientos. Encontrarás desaprobaciones y persecuciones. Te van a mirar como a una histérica, una extravagante, pero Dios no escatimará su gracia. Las verdaderas obras de Dios siempre enfrentan dificultades y se caracterizan por el sufrimiento. Si Dios quiere realizar algo, tarde o temprano, lo realizará, lo realizará a pesar de las dificultades y tú, mientras tanto, ármate de gran paciencia.

271 Cuando el Rev. Sopocko fue a la Tierra Santa, confesaba a la Comunidad el Padre jesuita, Dabrowski [127]. Durante una confesión me preguntó si estaba consciente de la vida superior que había en mi alma y que era de un grado sumamente alto. Contesté que estaba consciente de ello y de lo que sucedía en mi interior. A esto el Padre me contestó: No le está permitido, hermana, destruirlo en su alma ni [puede] modificar nada por sí misma. No en todas las almas es evidente esta gran felicidad de la vida superior, en usted, hermana, es visible, porque es de un grado altísimo. Tenga cuidado, hermana, de no malgastar estas grandísimas gracias de Dios, grande por su [la frase 
interrumpida].


272 Antes, sin embargo, este Padre me había expuesto a muchas pruebas. Y cuando le dije que el Señor quería de mí aquellas cosas [128], se burló de mí y me hizo venir a confesarme a las ocho de la noche. Y cuando fui a las ocho, el hermano estaba cerrando ya la iglesia. Y cuando le dije que informara al Padre que yo había venido (122) y que había sido el Padre que me había dicho venir a esa hora, el buen frailecito fue y advirtió al Padre. El Padre le ordenó decirme que a esa hora los Padres no confesaban. Y volví a casa con nada y no me confesé más con él, pero hice por él una hora de adoración y ciertas mortificaciones, para impetrarle la luz de Dios para que pudiera entender las almas. Pues, cuando el Rev. Sopocko salía y él lo sustituía, me vi obligada a confesarme con él. Sin embargo, si bien antes no quería reconocerlas, ahora me obliga a una gran fidelidad a estas inspiraciones interiores. A veces Dios permite que sucedan esas cosas, pero sea adorado en todo.  Pero es necesaria, sin embargo, una gran gracia para no vacilar.


















El exégeta del siglo XXI.

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