9 Una vez, junto con una
de mis hermanas fuimos a un baile [5].
Cuando todos se divertían mucho, mi alma sufría [tormentos]
interiores. En el momento en que empecé
a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus
vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras:
- “¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta cuándo Me engañaras?”
En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música,
desapareció de mis ojos la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y
yo. Me senté junto a mi querida hermana, disimulando lo que ocurrió en mi alma
con un dolor de cabeza. Un momento después abandoné discretamente a la compañía
y a mi hermana y fui a la catedral de San Estanislao Kostka. Estaba
anocheciendo, había poca gente en la catedral. Sin hacer caso a lo que pasaba
alrededor, me postré en cruz delante del Santísimo Sacramento, y pedí al Señor
que se dignara hacerme conocer qué había de hacer en adelante.
10 Entonces oí esas palabras:
- “Ve inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un convento”
Me levanté de la oración, fui a casa y solucioné las cosas
necesarias. Como pude, le confesé a mi hermana lo que había ocurrido en mi
alma, le dije que me despidiera de mis padres, y con un solo vestido, sin nada
más, llegué a Varsovia.
11 Cuando bajé del tren y vi que cada uno se fue por su camino, me
entró miedo: ¿Qué hacer? ¿A dónde dirigirme, si no conocía a nadie? Y dije a la
Madre de Dios:
- “María, dirígeme, guíame”.
Inmediatamente oí en el alma estas palabras: que saliera de la
ciudad a una aldea [6] donde pasaría una noche tranquila. Así lo hice y
encontré todo tal y como la Madre de Dios me había dicho.
12 Al día siguiente, a
primera hora regresé a la ciudad y entré en la primera iglesia [7] que encontré
y empecé a rezar para que siguiera revelándose en mí la voluntad de Dios. Las
Santas Misas seguían una tras otra.
Durante una oí estas palabras:
- “Ve a hablar con este sacerdote [8] y dile todo, y él te dirá lo
que debes hacer en adelante”
Terminada la Santa Misa (5) fui a la sacristía y conté todo lo que
había ocurrido en mi alma y pedí que me indicara en qué convento debía estar.
13 Al principio el
sacerdote se sorprendió, pero me recomendó confiar mucho en que Dios lo
arreglaría.
- “Entretanto yo te mandaré [dijo] a casa de una señora piadosa
[9], donde tendrás alojamiento hasta que entres en un convento”.
Cuando me presenté en su casa, la señora me recibió con gran
amabilidad. Empecé a buscar un convento, pero donde llamaba me despedían
[10]. El dolor traspasó mi corazón y
dije al Señor:
- “Ayúdame,
no me dejes sola”.
Por fin llamé a nuestra puerta [11].
14 Cuando [salió] a mi
encuentro la Madre Superiora [12], la actual Madre General Micaela, tras una
breve conversación, me ordenó ir al Dueño de la casa y preguntarle si me
recibía. En seguida comprendí que debía preguntar al Señor Jesús.
Muy feliz fui a la capilla y pregunté a Jesús:
- “Dueño
de esta casa, ¿me recibes?”
Una de las hermanas de esta casa me ha dicho que Te lo pregunte.
En seguida oí esta voz:
-“Te recibo, estás en Mi Corazón”.
Cuando regresé de la capilla, la Madre Superiora, primero me
preguntó: - . “Pues bien, ¿te ha
recibido el Señor?”
Contesté que sí.
- “Si el Señor te ha recibido, yo también te recibo.”
15. Tal fue mi ingreso. Sin
embargo, por varias razones, mas de un año tuve que estar en el mundo, en casa
de esta piadosa señora [13], pero no volví ya a mi casa.
En aquella época tuve que luchar contra muchas dificultades, sin
embargo Dios no me escatimaba en su gracia. Mi añoranza de Dios se hacia cada
vez más grande. Esta señora, aunque muy piadosa, no comprendía la felicidad que
da la vida Consagrada y en su bondad, empezó a proyectarme otros planes de
vida, pero yo sentía que tenía un corazón tan grande que nada podía llenarlo.
El exégeta del siglo XXI.
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