1486 (82) Dialogo entre Dios
misericordioso y el alma desesperada.
- Jesús: Oh alma sumergida en las tinieblas, no te desesperes,
todavía no todo está perdido, habla con tu Dios que es el Amor y la
Misericordia Misma. Pero,
desgraciadamente, el alma permanece sorda ante la llamada de Dios y se sumerge
en las tinieblas aún mayores.
- Jesús vuelve a llamar: Alma, escucha la voz de tu Padre
misericordioso.
En el alma se despierta la respuesta: Para mí ya no hay
misericordia. Y cae en las tinieblas aún
más densas, en una especie de desesperación que le da la anticipada sensación
del infierno y la hace completamente incapaz de acercarse a Dios.
Jesús habla al alma por tercera vez, pero el alma está sorda y
ciego, empieza a afirmarse en la dureza y la desesperación. Entonces empiezan en cierto modo a esforzarse
las entrañas de la misericordia de Dios y sin ninguna cooperación de parte del
alma, Dios le da su gracia definitiva.
Si la desprecia, Dios la deja ya en el estado en que ella quiere
permanecer por la eternidad. Esta gracia
sale del Corazón misericordioso de Jesús y alcanza al alma con su luz y el alma
empieza a comprender (83) el esfuerzo de Dios, pero la conversión depende de
ella. Ella sabe que esta gracia es la
ultima para ella y si muestra un solo destello de buena voluntad aunque sea el
mas pequeño, la misericordia de Dios realizará el resto.
-[Jesús]: Aquí actúa la omnipotencia de Mi misericordia, feliz el
alma que aproveche esta gracia.
- Jesús: Con cuánta alegría se llena Mi Corazón cuando vuelves a Mí. Te veo muy débil, por lo tanto te tomo en Mis
propios brazos y te llevo a casa de Mi Padre.
- El alma como si se despertara: ¿Es posible que haya todavía
misericordia para mi? Pregunta llena de temor.
- Jesús: Precisamente tú, niña Mía, tienes el derecho exclusivo a
Mi misericordia. Permite a Mi
misericordia actuar en ti, en tu pobre alma; deja entrar en tu alma los rayos
de la gracia, ellos introducirá luz, calor y vida.
- El alma: Sin embargo me invade el miedo tan sólo al recordar mis
pecados y este terrible temor me empuja a dudar en Tu bondad.
- Jesús: Has de saber, oh alma, que todos tus pecados no han herido
tan dolorosamente Mi corazón como tu actual desconfianza. Después de tantos esfuerzos de Mi (84) amor y
Mi misericordia no te fías de Mi bondad.
- El alma: Oh Señor, salvame Tu Mismo, porque estoy pereciendo; sé
mi Salvador. Oh Señor, no soy capaz de
decir otra cosa, mi pobre corazón esta desgarrado, pero Tú, Señor….
Jesús no permite al alma terminar estas palabras, la levanta del
suelo, del abismo de la miseria y en un solo instante la introduce a la morada
de su propio Corazón, y todos los pecados desaparecen [374] en un abrir y
cerrar de ojos, destruidos por el ardor del amor.
- Jesús: He aquí, oh alma, todos los tesoros de Mi Corazón, toma de
él todo lo que necesites.
- El alma: Oh Señor, me siento inundada por Tu gracia; siento que
una vida nueva ha entrado en mí y, ante todo, siento Tu amor en mi corazón, eso
me basta. Oh Señor, por toda la
eternidad glorificaré la omnipotencia de Tu misericordia; animada por Tu
bondad. Te expresaré todo el dolor de mi
corazón.
- Jesús: Di todo, niña, sin ningún reparo, porque te escucha el
Corazón que te ama, el Corazón de tu mejor amigo.
- Oh Señor, ahora veo toda mi ingratitud y Tu bondad. Tú me perseguías con Tu gracia y yo frustraba
todos Tus esfuerzos; veo que he merecido (85) el fondo mismo del infierno por
haber malgastado Tus gracias.
Jesús interrumpe las palabras del alma y [dice]: No te abismes en
tu miseria, eres demasiado débil para hablar; mira más bien Mi Corazón lleno de
bondad, absorbe Mis sentimientos y procura la dulzura y la humildad. Sé misericordiosa con los demás como Yo soy
misericordioso contigo y cuando adviertas que tus fuerzas de debilitan, ven a
la Fuente de la Misericordia y fortalece tu alma, y no pararás en el camino.
- El alma: Ya ahora comprendo Tu misericordia que me protege como
una nube luminosa y me conduce a casa de mi Padre, salvándome del terrible
infierno que he merecido no una sino mil veces.
Oh Señor, la eternidad no me bastará para glorificar dignamente Tu
misericordia insondable, Tu compasión por mí.
El exégeta del siglo XXI.
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