Sobre
Hebreos
9,
1-3.
6-7.
11-14.
Dice el texto,
Hermanos:

La Primera Alianza tenía un ritual para el culto y un santuario terrestre.
En él se instaló un primer recinto, donde estaban el candelabro, la mesa y los
panes de la oblación: era el lugar llamado Santo.
Luego, detrás del segundo velo había otro recinto, llamado el Santo de los
santos.
Dentro de este ordenamiento, los sacerdotes entran siempre al primer recinto
para celebrar el culto.
Pero al segundo, sólo entra una vez al año el Sumo Sacerdote, llevando consigo
la sangre que ofrece por sus faltas y las del pueblo.
Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros.
Cristo, Dios hecho hombre, Verbo encarnado.
El, a través de una Morada más
excelente y perfecta que la antigua -no construida por manos humanas, es decir,
no de este mundo creado-
entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y
terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.
Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía
a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la
pureza externa, ¡cuánto más la
sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a
Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para
permitirnos tributar culto al Dios viviente!
Reflexión del exegeta del siglo XXI
Cristo con
Su Sangre purifica nuestra conciencia. Pareciera –al leer esta afirmación-, que
se dijera que esto sucede. Y cuando escribo que esto sucede digo que sucede sin
que haya necesidad de que yo haga. Jesús hace eso y limpia mi conciencia.
Dice el
texto que había dos recintos.
En el
primero llamado Santo entran los sacerdotes para celebrar el culto y refiere al pan para la oblación y hay también
otro recinto que es el Santo de los Santos donde el Sumo Sacerdote entra solo una
vez al año llevando consigo la sangre que ofrece por sus propias faltas y las
de todo el pueblo.
Jesús es el
pan que se ofrece a si mismo, un pan perfecto y es al mismo tiempo el cordero
de Dios que quita los pecados del mundo.
Como Hijo de
Dios es el Sumo Sacerdote de los Sumos Sacerdotes, lo que significa que es el
verdadero que al ofrecerse a si mismo quita con su propia sangre los
pecados del mundo.
Entra en los
dos recintos. Lo hace una sola vez y para siempre. Es la Nueva Alianza nueva y
eterna. Todos los que lo recibamos y aceptemos somos renovados, somos purificados
por Él.
Quizás cabe
la pregunta:
- Entonces ¿uno
deja de pecar?
- No,
seguimos siendo débiles pecadores que siguen actuando, sintiendo de manera adulterada,
desalineada respecto de la pureza alcanzada en alma y cuerpo.
Cristo nos
vuelve a purificar con Su pan y vino, con Su carne y sangre perfectos. Purifica
nuestra alma, nuestra conciencia, nuestro Ser interior completo.
Creo que si
fuese yo un hombre de ciencia y me dedicara a realizar tareas de investigación
en el campo de la Física y la Astronomía por ejemplo, estaría diciendo que fenomenológicamente
la humanidad se modificó saludablemente y halló la curación al observar a
Cristo entrando en el Santo y en el Santo de los Santos, y observo como en Su
Pasión y muerte en La Santa Cruz que al entregarse a Dios como ofrenda purísima
nos limpia de nuestros pecados, purifica nuestra conciencia y que esto es algo
que sucede. Que con una tecnología adecuada se habría verificado la limpieza de
toda la humanidad.
Al mismo
tiempo queda en cada uno aceptar frecuentemente esta Gracia de la misma manera
que acepta mantener su cuerpo limpio a diario y le molesta estar sucio y
maloliente. Así como uno se baña físicamente deberá hacerlo espiritualmente.
Cuando muere
Juan el Bautista, Jesús comienza Su prédica y vida pública llamando a todos a
la conversión a la vez que anuncia la venida del Reino de los Cielos. También
dijo luego que el Reino de los Cielos ya estaba entre nosotros -lo que vivimos
en este planeta-.
Antes de Su
venida nos faltaba esta limpieza y esta cura.
El sacerdote
celebraba una y otra vez el ritual y el Sumo Sacerdote derramaba sangre
inocente una y otra vez porque no era suficiente. Debía repetirse el ritual de
purificación con nuevas ofrendas.
A partir de
Cristo, no se derrama ninguna otra sangre para purificar nuestra conciencia ni
nuestra alma.
Sabemos que
hay más sangre inocente que se entrega, la sangre de los mártires que de alguna
manera acompañan por Gracia a nuestro Señor Jesús de Nazaret Hijo de Dios
Altísimo; Jesucristo nuestro Salvador.
El exégeta del siglo XXI